Caminando por
el boulevard de las postrimerías, vi hermosas mujeres en las vitrinas. Se veían
tan delicadas como si fueran de porcelana. Me llevé un par, una morena y una
pelirroja.
Entramos a
un bar y tomamos una bebida verde. El ambiente era fucsia. La mesera tenía la típica
vocecita chillona y áspera que suelen tener las meseras. Su vulgaridad
contrastaba nítidamente con la elegancia de mis putas finas.
Ellas sonreían
y pedían más champaña, yo navegaba entre los hielos de mi whisky. Me sentí miserablemente
amado entre aquellas magníficas cuatro tetas.
Ellas reían
y brindaban por mí; esnifábamos cada cuatro o cinco rondas. Después nos pusimos
a bailar un pegajoso rock and roll. En el escenario, una manada de monos agitaba
sus largas cabelleras; se estremecían como lo hacen los micos del zoológico cuando
la gente los mira; y aullaban sus agudas canciones.
Salomé y Jezabel
brincaban a mí alrededor, embistiéndome con sus senos enhiestos. Yo gozaba como
un cerdo, y bebía como un galgo.
Fuimos a mi
casa y pusimos el lugar de cabeza. Entramos los tres en el jacuzzi, continuamos
esnifando, pusimos un disco de Hendrix a toda marcha. Seguimos así hasta que
estuve dentro de ellas, entonces pude sentir su agradable calidez femenina,
mientras sus uñas descarnaban mi espalda.
Al amanecer,
toda la sangre, el semen, la saliva, la coca, el alcohol, y las luces, nos
daban vueltas en la cabeza, y reíamos estúpidamente, como monos satisfechos.
*FIN
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